Elaborado por: Raúl Manuel Frausto López
En la naturaleza, al igual que en la arquitectura, la fuente de luz por sí misma no es para ser vista. Esta simple y noble ley, forma y conforma las bases del diseño arquitectónico en iluminación. El objetivo de un programa luminotécnico en arquitectura es volver y devolver la lectura visual al espacio, retirando importancia a la fuente de luz y a la vez enfrentando la curiosa paradoja en donde la luz nace, fluye y transforma hasta donde se manifiesta en la obscuridad que la contiene.
En otras palabras, en el proceso del diseño arquitectónico de iluminación estamos ante el hecho de trabajar con luz, no con luminarios o lámparas, capturando el arte y oficio, artificio alquímico, de alteración al estado de obscuridad volviendo evidente la presencia de la luz, y de paso eliminar desde raíz la conmovedora, seductora y cosmética idea de iluminar o ser iluminador. Los intentos contemporáneos de iluminar arquitectura son retos a los conceptos de análisis y comprensión, y por ello se torna importante que pensemos en términos de iluminación global, que en el simple ejercicio de distribuir tecnologías y modelitos de catálogo con habilidades y audacias de novedosa y simpática moda e improvisación. De los conceptos de análisis y comprensión, aparece el principio de la Arquitectura Visual, que establece la interpretación del espacio y volumen arquitectónico en significados perceptivos de luz, descubriendo en la manifestación de su estructura lumínica, vectores principales y secundarios de carga y soporte visual, atenuando al mínimo el oficio eléctrico de sembrar luminarias y lámparas.
Hasta ahora, ningún término ha sido aceptado para la técnica de crear estructuras especialmente comprensibles, interpretadas con columnas, trabes, muros y paños de luz. Todo intento o audacia de las nuevas generaciones de laiting disaigners, o las novedosas improvisaciones de los bufetes de licenciados en iluminación, nos lleva inseparablemente asociados al territorio del espectáculo, la distorsión y justificación de aplicaciones, manifestando un rendimiento incómodo con cualquier acercamiento a la concepción de la Arquitectura Visual, libre de prejuicio, aplicada a todas la formas del espacio y definida por su manifestación en luz. De primera vista, esta posibilidad y aproximación parece relacionar dos dimensiones opuestas: la arquitectura humanista, masiva, inamovible y natural, con la arquitectura fuera de su cuerpo, brillante y cosmética, incapaz de generar espacios tangibles y permanentes.
Y aún el intento de esta idea parece pesado y obscuro al concepto de la Arquitectura Visual. Sin embargo, más significativo que la convergencia del diseño de la luz y los conceptos arquitectónicos, es la posibilidad de concebir los volúmenes y espacio alejado de la idea mecánica de iluminar el concreto aparente que aparenta y el cristal indiferente que refleja. Esta tendencia aparecida desde la arquitectura de cristal de los años veinte y que resultó en una arquitectura devoradora, vestida de acero, en un paso ulterior a la dirección de la fachada virtual, de la fachada inexistente, cuya apariencia está determinada más por su variable luminosidad que por la forma que la constituye.
En consecuencia, se manifiesta la clara asociación entre los principios del diseño arquitectónico y la luz que los manifiesta como la presentación elemental que se define en la transparente percepción de diferencia espacial entre lo simple iluminado y lo esencial luminoso. Criterio que califica con natural agudeza y abundante cantidad de buen humor la mayoría de las audaces y dramáticas manifestaciones actuales de los auto-nombrados diseñadores de iluminación. Desde ésta óptica, podríamos adaptar la idea al arreglo de producciones lumínicas en donde el objetivo del diseño arquitectónico de iluminación se forma y transforma al erigir una Arquitectura Visual soportada en su propia estructura lumínica, concebida en los principios originales de forma, función, espacio y tiempo que la manifiesta.
En la naturaleza, al igual que en la arquitectura, la fuente de luz por sí misma no es para ser vista. Esta simple y noble ley, forma y conforma las bases del diseño arquitectónico en iluminación. El objetivo de un programa luminotécnico en arquitectura es volver y devolver la lectura visual al espacio, retirando importancia a la fuente de luz y a la vez enfrentando la curiosa paradoja en donde la luz nace, fluye y transforma hasta donde se manifiesta en la obscuridad que la contiene.
En otras palabras, en el proceso del diseño arquitectónico de iluminación estamos ante el hecho de trabajar con luz, no con luminarios o lámparas, capturando el arte y oficio, artificio alquímico, de alteración al estado de obscuridad volviendo evidente la presencia de la luz, y de paso eliminar desde raíz la conmovedora, seductora y cosmética idea de iluminar o ser iluminador. Los intentos contemporáneos de iluminar arquitectura son retos a los conceptos de análisis y comprensión, y por ello se torna importante que pensemos en términos de iluminación global, que en el simple ejercicio de distribuir tecnologías y modelitos de catálogo con habilidades y audacias de novedosa y simpática moda e improvisación. De los conceptos de análisis y comprensión, aparece el principio de la Arquitectura Visual, que establece la interpretación del espacio y volumen arquitectónico en significados perceptivos de luz, descubriendo en la manifestación de su estructura lumínica, vectores principales y secundarios de carga y soporte visual, atenuando al mínimo el oficio eléctrico de sembrar luminarias y lámparas.
Hasta ahora, ningún término ha sido aceptado para la técnica de crear estructuras especialmente comprensibles, interpretadas con columnas, trabes, muros y paños de luz. Todo intento o audacia de las nuevas generaciones de laiting disaigners, o las novedosas improvisaciones de los bufetes de licenciados en iluminación, nos lleva inseparablemente asociados al territorio del espectáculo, la distorsión y justificación de aplicaciones, manifestando un rendimiento incómodo con cualquier acercamiento a la concepción de la Arquitectura Visual, libre de prejuicio, aplicada a todas la formas del espacio y definida por su manifestación en luz. De primera vista, esta posibilidad y aproximación parece relacionar dos dimensiones opuestas: la arquitectura humanista, masiva, inamovible y natural, con la arquitectura fuera de su cuerpo, brillante y cosmética, incapaz de generar espacios tangibles y permanentes.
Y aún el intento de esta idea parece pesado y obscuro al concepto de la Arquitectura Visual. Sin embargo, más significativo que la convergencia del diseño de la luz y los conceptos arquitectónicos, es la posibilidad de concebir los volúmenes y espacio alejado de la idea mecánica de iluminar el concreto aparente que aparenta y el cristal indiferente que refleja. Esta tendencia aparecida desde la arquitectura de cristal de los años veinte y que resultó en una arquitectura devoradora, vestida de acero, en un paso ulterior a la dirección de la fachada virtual, de la fachada inexistente, cuya apariencia está determinada más por su variable luminosidad que por la forma que la constituye.
En consecuencia, se manifiesta la clara asociación entre los principios del diseño arquitectónico y la luz que los manifiesta como la presentación elemental que se define en la transparente percepción de diferencia espacial entre lo simple iluminado y lo esencial luminoso. Criterio que califica con natural agudeza y abundante cantidad de buen humor la mayoría de las audaces y dramáticas manifestaciones actuales de los auto-nombrados diseñadores de iluminación. Desde ésta óptica, podríamos adaptar la idea al arreglo de producciones lumínicas en donde el objetivo del diseño arquitectónico de iluminación se forma y transforma al erigir una Arquitectura Visual soportada en su propia estructura lumínica, concebida en los principios originales de forma, función, espacio y tiempo que la manifiesta.
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